La jornada legendaria de Franz Beckenbauer comenzó con un momento decisivo en un partido juvenil en 1958, donde una bofetada en la cara lo llevó a cambiar del Munich 1860 a sus rivales, el Bayern. Nacido en la Alemania de posguerra, Beckenbauer creció en la pobreza y soñaba con jugar para el Munich 1860. El altercado con el portero cambió el curso de su destino, llevándolo al Bayern, donde se convirtió en el eje de un equipo joven y dinámico, transformando al club en un imperio del fútbol.
Su llegada al Bayern marcó un punto de inflexión, y la influencia de Beckenbauer se extendió más allá del campo. Redefinió el fútbol al introducir la posición de líbero, destacando las capacidades ofensivas de un defensor. Berti Vogts, su excompañero de equipo, resaltó el papel de Beckenbauer en la formación del fútbol, enfatizando su destreza como creador de juego detrás de la defensa. Su enfoque innovador dejó una huella imborrable, introduciendo nuevos sistemas y tácticas.
El impacto de Beckenbauer se extendió a la selección nacional, donde capitaneó a Alemania Occidental hacia un éxito sin precedentes en la década de 1970. Su liderazgo guió al equipo hacia victorias en la Eurocopa (1972) y la Copa del Mundo (1974), consolidando su estatus como el emperador del fútbol alemán. Más allá de los elogios, desempeñó un papel crucial en la organización de la Copa del Mundo de 2006 en Alemania, demostrando su influencia perdurable.
En sus últimos años, Beckenbauer enfrentó desafíos de salud, pero permaneció como una figura influyente. Existía una conexión significativa pero pasada por alto entre Beckenbauer e Israel, donde visitó y rezó cerca del Muro de las Lamentaciones. A pesar de su fallecimiento, la decisión provocada por la bofetada de unirse al Bayern resuena en la historia como un pequeño incidente que cambió la cara del fútbol alemán y elevó a Beckenbauer al estatus de ícono.
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